Reconozco que no fui el mejor amigo del Dr. Mario López Llera. De hecho, ni siquiera fui su amigo. Mi relación con él comenzó en los primeros años de la década de 1980; lo conocí en el Centro Médico Nacional, cuando yo era residente de la especialidad. Sin embargo, el respeto y la admiración que le tuve me impidieron acercarme a él. Preferí guardar distancia y siempre lo vi como maestro, hombre muy modesto, con gran capacidad de análisis, científico crítico, pero sobre todo, una buena persona.

Quizá por ello no sea yo el más indicado para escribir estas líneas, que son un sentido adiós; pero quise hacerlo a pesar de que si él estuviera vivo, no me habría escogido para rendirle un homenaje de este tipo.

En la vida existe gente que deja huella de varias maneras. Hay quienes son desinhibidos y extrovertidos, y cuya ausencia no puede pasar inadvertida. Por el contrario, cuando se van, en algún momento serán objeto de algún homenaje. Hay quienes son más tranquilos, callados, humildes, socialmente pasivos, introvertidos, incluso tienen cierto aire de tristeza y nostalgia, pero dentro de sí llevan un cúmulo de experiencias, aunque difícilmente lo pueden trasmitir. A este segundo grupo correspondía la personalidad de Don Mario López Llera.

Lo conocí en el IMSS cuando él era jefe del sexto piso, también llamado el de embarazo complicado o “el piso de las toxémicas”, en el desaparecido Hospital de Ginecoobstetricia número 2 del CMN del IMSS. Siempre fue muy analítico y crítico en sus comentarios. Durante mi formación, cuando tenía que tomar alguna decisión, pensaba de qué forma procedería Don Mario (así le llamaba). Cuando pasé por su servicio supe que haría la residencia en el lugar ideal, ya que su forma de conducirse en el aspecto académico era sensacional. Cuando concluí la residencia, él ocupó la jefatura de Enseñanza; mientras que yo fui médico de base y luego jefe de servicio. Fue entonces cuando tuve más acercamiento con él y conocí su verdadera personalidad, sobre todo su modestia.

En 1985, después del terremoto, nuestra relación se enfrió. La vida nos colocó siempre en el papel de alumno y maestro, en puntos completamente opuestos. La última vez que platiqué con él, en Veracruz en el 2005, pudimos haber pasado muchas horas recordando las experiencias de aquellos años en que no tuvimos contacto. En esa última charla descubrí que, a pesar de su enfermedad, Don Mario era todavía el mismo que conocí hace más de 25 años.

Como Don Mario no tendrá bustos de bronce ni cuadros en nuestros colegios o federaciones, porque le gustaba más engrandecer el espíritu que los halagos, y por el recuerdo y la gratitud que los seres humanos debemos tener con alguien que nos enriqueció, le agradezco su enseñanza. Conviví con él en una de las etapas más intensas y agradables de mi vida.

Un recuerdo. Descanse en paz el 
Dr. Mario López Llera Méndez

Saludos en donde se encuentre…
Alberto Kably Ambe