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ISNN - 0300-9041
ISSNe - 2594-2034


Indizada en: PubMed, SciELO, Índice Médico Latinoamericano, LILACS, Medline
EDITADA POR LA Federación Mexicana de Colegios de Obstetricia, y Ginecología A.C.
FUNDADA POR LA ASOCIACIÓN MEXICANA DE GINECOLOGÍA Y OBSTETRICIA EN 1945

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Ginecología y feminismo

Periodicidad: mensual
Editor: José Niz Ramos
Coeditor: Juan Carlos Barros Delgadillo
Abreviatura: Ginecol Obstet Mex
ISSN: 0300-9041
ISSNe: 2594-2034
Indizada en: PubMed, SciELO, Índice Médico Latinoamericano, LILACS, Medline.

Ginecología y feminismo

Gynecology and Feminism.

Ginecol Obstet Mex | 1 de Mayo de 2012

Ginecol Obstet Mex 2012;80(5):373-377


Ernesto de la Peña*

* Conferencia dictada con motivo del aniversario del COMEGO en el Restaurante El lago, México, DF.
Escritor y lingüista mexicano


En nuestros días, para justicia del género humano, las mujeres se desempeñan en cualquier actividad y en numerosas ocasiones logran triunfos que, confesémoslo, se les habían escatimado en tiempos pretéritos.

Desde la antigüedad prehistórica se vio fundamentalmente en la mujer la facultad de ser fecundada. La famosa estatua, llamada la Venus de Willendorf, que data de hace unos 22,000 años, está llena de adiposidades en los senos y en el vientre, que remata en una apenas insinuada apertura vaginal, y es una muestra cabal del papel que desempeñaba la mujer en aquellos días remotos. El arte primitivo, como vemos, expresaba sobre todo la función sin ninguna intención estética.

Pero para nuestra fortuna, no siempre se apreció de manera exclusiva este aspecto y, como era de justicia, se la elevó a categorías supremas por la belleza física, la delicadeza y la complementariedad que representa para el hombre. La dama de Elche es una muestra de una especie de divinidad femenina de una hermosura que ha superado los siglos. Aunque se ignore con precisión la fecha y el sentido del busto, la herencia que recibimos es un mensaje de belleza y misterio simultáneamente.

Mi plática, que me atrevo a pronunciar ante distinguidos ginecólogos, no tiene otro propósito que poner de relieve dos cosas: ciertos aspectos médicos antiguos, sobre todo griegos, y el empeño continuo de la mujer por conquistar un sitio de igualdad junto al hombre. De allí el título: ginecología y feminismo. Si la primera disciplina se ocupa de los problemas médicos inherentes a las mujeres, es decir, se mantiene en el terreno científico, la lucha continua del sexo femenino ha sido una especie de carrera de obstáculos a partir del momento, cronológicamente desconocido, en que el matriarcado fue sucedido por el patriarcado.

Que sólo se vea en mi intento el interés humanístico que despierta en mí la posición correlativa de mujer y hombre en las sociedades antiguas, modernas y contemporáneas, aunque bien sabemos, por experiencia cotidiana, que en la actualidad no hay sitio vedado para mujer alguna.

Pero precisamente por el desequilibrio que padecieron durante muchos siglos, el asunto toca tanto a la historia como a la sociología y, ya en el terreno científico, a la ginecología y la obstetricia.

Fanereta, la madre de Sócrates, era comadrona y el arte que ejercía se llamaba mayéutica.1 De allí que el gran filósofo, tomando el nombre técnico de la profesión materna, lo empleó para denominar a su procedimiento de averiguación de la verdad. Se trataba, como si se asistiera a un parto, de extraer del interior de sus contertulios la opinión que tenía sobre diversos temas. Así, pues, que en el terreno de la filosofía más ilustre, se ve inodado el campo femenino: las ideas van a surgir del cerebro humano de la misma manera que el producto brota del vientre fecundado. De una vez por todas quiero dejar sentado que, a pesar de que en la vida cotidiana de la antigüedad la mujer fuera postergada, el concepto general que se tenía de ella no era, de ninguna manera. de un ser inferior: se trataba simplemente de que la mujer tenía capacidades específicas para ciertas tareas que le competían y que el hombre no podía desempeñar.

Con el decurso del tiempo ha quedado de sobra demostrada la gran capacidad que pueden tener las hembras para la especulación filosófica, las labores sociales, las matemáticas y las ciencias en general. Sólo quiero citar un caso de los tiempos modernos: Marie Curie, una de las luminarias de las ciencias exactas que mereció recibir dos veces el premio Nobel.

Grecia dio a luz una resplandeciente mitología en la que estaban representadas las mujeres en sitios eminentes. Hera, cónyuge de Zeus, prevalece en el panteón de la gentilidad. Su nombre latino, Juno, la confirma en ese sitial. Otras diosas ilustres son Afrodita, cuyos favores buscaban y seguimos buscando todos los hombres, era la suma de la belleza y la fascinación. Artemisa, originalmente diosa de la cacería y de la fauna salvaje, también ayudaba a las mujeres en los partos; era deidad tutelar de la virginidad y las jóvenes se acogían bajo su protección como si se tratara de la más inminente ginecóloga. Otra diosa, Higia, presidía la salud y los médicos se encomendaban a ella. Por ende, desde las deidades olímpicas hasta las mujeres comunes, el sitio que ocupaba esta mitad de la humanidad no era despreciable. Sin embargo, en la vida cotidiana el sexo bello tenía muy coartadas sus libertades porque los hombres consideraban que su papel exclusivo residía en las labores domésticas y el cuidado de los hijos. No tenían acceso a la educación y a partir de Filón de Alejandría, el erudito judío de lengua griega, se les atribuyó en exclusiva la sensibilidad, en tato que al hombre se lo distinguía con el intelecto.

Toda sociedad humana es, por definición, contradictoria y la griega no escapaba a esta regla. Platón, quizás el más grande filósofo de la humanidad, eligió a la semidivina Diótima de Mantinea para elevar el amor sexual a la categoría de pasión divina. La mujer, por consiguiente, es merecedora del amor espiritual, que conlleva naturalmente una admiración sin límites y un respeto equivalente. En la Provenza del siglo XII esta adoración por la mujer fructificó en grandes poemas y en una actitud humana muy digna de recordar: los caballeros sin tacha que se lanzaban a las grandes aventuras y a realizar proezas nunca vistas para enaltecer de ese modo a su amada.

En el propio don Quijote de la Mancha encontramos, con un sesgo de ironía, la misma actitud: al Caballero de la Triste Figura le tiene sin cuidado el aspecto físico de Dulcinea y es capaz de desmentir con las armas a quien hable mal de ella. ¿Y qué era Dulcinea en la vida real? Había sido porqueriza, esto es, era una mujer zafia y vulgar, pero el señor Quijano, si éste fue el verdadero nombre del héroe, se enamorisqueó de ella y tiempo más tarde la inmortalizó con sus obras. La Beatriz de Dante o la Laura de Petrarca son otros ejemplos del idealismo masculino que eleva a la mujer a categoría propiamente metafísica. Dante Alighieri la eleva a tal altura que su amada tiene derecho a mostrar de algunos cielos, aunque debe ceder el puesto al místico san Bernardo. Los sonetos de Petrarca siguen conmoviendo, en pleno siglo XXI, para cualquier ser humano de sensibilidad despierta. El elogio a la mujer no se ha escatimado jamás. En las artes en general el sexo femenino ocupa un lugar de privilegio.

Pero no se acaban aquí las excelencias de todo tipo que se atribuyen a las mujeres: el alma misma, a la que los griegos atribuyeron inmortalidad inherente a la misma, fue femenina.2 ¿Dónde se encuentra, pues, el papel menor que las mujeres desempeñan en la sociedad?

En lo que actualmente se llamaría “derechos humanos” la limitación fundamental de las mujeres en la antigüedad, con muy escasos ejemplos de excepción, como Safo e Hipatía, era la dependencia, porque vivían la vida social sin la plena libertad que merecían, aunque fuera a costa de soportar obligaciones y atribuciones iguales a las de los hombres. Sin embargo, en los dos ilustres casos que he citado, el desenlace es trágico. La gran poetisa Safo, una de las glorias de la lírica griega, parece haber tenido amores con otro poeta importante, Alceo, pero también la fama póstuma la ha acusado de relaciones homosexuales y en la actualidad decir lesbiana (de Lesbos provenía esta mujer) suele ser peyorativo. En otra versión, también dudosa, la gran escritora se suicida por sus cuitas amorosas. Y esta autoinmolación se atribuye a un hombre.

El genio deslumbrante de Hipatía, extraordinaria matemática y científica alejandrina, mereció la envidia de un fanático cristiano que no tuvo empacho en azuzar a otros, tan indignados como él, y lanzar sobre la genial mujer una jauría de perros bravos que la despedazaron. Estos negros antecedentes siguen pesando sobre las buenas conciencias. Y mejor no aludir siquiera a las ablaciones de que son víctimas las mujeres en algunos países islámicos.

Pero por su parte, la ciencia médica, encabezada por Hipócrates y su escuela, dedicó muchos desvelos al estudio del funcionamiento del cuerpo femenino, tan diferente del nuestro. No lo podemos separar de las ideas prevalecientes en su tiempo, aunque verdaderamente haya sido del todo científica la actitud del llamado padre de la Medicina. Hasta podría decirse que en sus escritos hay, ocasionalmente, ciertos rastros de consejas populares.

La menstruación, por ejemplo, fenómeno fisiológico que no aqueja a los hombres, fue de inmediato objeto de su estudio. Pero cuando los médicos antiguos observaron la periodicidad del menstruo, la cotejaron de inmediato con el ciclo lunar y le dieron un nombre derivado de los días que separan entre sí a las lunaciones: mes, en griego, se dice µην-µηνοζ (men-menós) de donde deriva en latín mensis y aunque los periodos no duren exactamente todo ese ciclo, la recurrencia del sangrado en la mujer tomó su nombre de allí.

 

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