Dr. Roberto Uribe Elías

Se fue uno de los pocos idealistas que quedaban en nuestra especialidad. Un hombre que mantuvo contra viento y marea la fidelidad a sus convicciones: el humanismo y el humanitarismo indispensables en el médico, la educación como pilar del ejercicio profesional, la sistematización de la enseñanza, el orgullo por la medicina mexicana y el respeto por quienes la formaron, la intransigencia con la medianía, con la falsedad, con la vanidad, con la imposición irracional.

Nacido en la provincia mexicana, gustaba mencionar siempre en su amplísimo currículum su primera actividad docente como profesor de Biología en una escuela secundaria de la ciudad de Pachuca, cargo desempeñado mucho antes de terminar la carrera de Medicina. La enseñanza fue una parte fundamental de su vida, no sólo dirigiéndola en el nivel nacional desde la Secretaría de Salud, la Universidad Nacional y grandes hospitales, sino la tutelar, la de mostrarle al joven residente de gineco-obstetricia cómo disecar el peritoneo o hacer un nudo correctamente, como también develando al estudiante de Medicina el rico pasado académico que atesora nuestro país y la obligación de estar a la altura del mismo. Hasta los últimos meses de su vida, a donde iba era rodeado por médicos que fueron sus alumnos y que lo recordaban por la atención personal que siempre dedicó a quienes quisieran aprender.

Maestro y Doctor en Ciencias, Miembro distinguido de la Academia Nacional de Medicina, de la Academia Mexicana de Cirugía, de la Academia Mexicana de la Educación, publicó 121 artículos en revistas científicas, fue autor de 3 libros y editor de otros 10. Su labor editorial no ha sido justamente apreciada ni difundida. Su última y monumental obra “El pensamiento médico contemporáneo” donde reúne las plumas de 24 eminentes médicos que escriben semblanzas de Gustavo Baz, Ignacio Chávez, Federico Gómez, Rosendo Amor, Clemente Robles, Isidro Espinosa de los Reyes, Luis Castelazo Ayala y otros pilares de la medicina mexicana, merecería un conocimiento y un reconocimiento mucho mayores de los que ha tenido.

Hombre de gran cultura, conocedor de la filosofía clásica y moderna, sensible a la literatura y la música, formó una vasta y rica biblioteca, de la que se sentía orgulloso. De una sola pieza y de carácter firme, defendía apasionadamente sus convicciones, lo que a veces le hacía aparecer como arrogante; no es extraño que la falta de argumentos califique así a quien razona. Nunca mostró esa faceta de su carácter en su trato con los humildes.

Al fallecer era el jefe del departamento de Historia y Filosofía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. 

Quienes tuvimos el honor de ser sus amigos, conocimos de su gentileza, de su cordialidad y de su apoyo en los momentos difíciles. Enfrentó la última enfermedad con entereza y discreción; muy pocos sabíamos el diagnóstico de cáncer de páncreas que terminó su vida. Cuando las fuerzas ya no le permitieron desarrollar sus tareas diarias, se aisló con sus libros y su música hasta el día final. Su recuerdo y los ideales por los que trabajó y luchó continúan vivos.

Norberto Plascencia Moncayo